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Marcelino OREJA AGUIRRE
Texto de la conferencia pronunciada por Marcelino Oreja Aguirre, el 5 de octubre de 2009 en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid.
Quiero agradecer a mi buen amigo el Profesor Bullón de Mendoza su invitación para participar en esta sesión dedicada a la Revolución de 1934. Pero antes de iniciar mi exposición quiero dejar bien claro primero, que yo no soy historiador, sino un modesto aficionado a la historia y segundo, que por razones obvias no fui espectador de aquellos sucesos, pero sí es cierto que la fecha de ese 5 de octubre ha marcado siempre mi vida y la oportunidad que ahora se me ha ofrecido me ha permitido profundizar en aquellos acontecimientos e intentar reflexionar en cómo se produjeron y cuáles fueron sus consecuencias en la historia de España.
Si bien el Profesor Bullón me ha encargado específicamente la Revolución en el País Vasco, no puedo describir esa situación sin remontarme a su génesis que con carácter general se sitúan en la derrota de la izquierda en las elecciones de noviembre de 1933 que colocó a la CEDA como grupo dominante en el Parlamento y que provocó las tensiones que culminaron en octubre del 34.
Sin embargo, mi impresión es que hay que situar los hechos casi en el inicio del régimen instaurado en abril de 1931, sin desconocer la situación por la que atravesaba toda Europa a raíz de la depresión del 29 y que tuvo graves consecuencias políticas, económicas y sociales en todo el continente y también en España.
Como describe con gran acierto el profesor Emilio de Diego al referirse a esta época, el cambio de régimen ocurrido en España en 1931 se debió a una conjunción de fuerzas dispares, cuando no esencialmente contrarias, con un frágil elemento unificador: la esperanza.
La llegada de la República provocó en buena parte de la sociedad española una ilusión y se despertaron unas expectativas que luego no se vieron correspondidas con las posibilidades reales de satisfacerlas. Cuando se plantearon los primeros grandes desafíos que planteaba la España de aquellos momentos comenzaron de inmediato los problemas. Las reformas militares, sociales, económicas, educativas, la actitud respecto a las órdenes religiosas, la intolerancia y el sectarismo despertaron muy pronto frustraciones y tensiones, provocando el descontento, la desilusión y el resentimiento. La quema de conventos fue una chispa bien significativa de un camino de dramáticas consecuencias.
En el País Vasco, el 16 de abril, los nacionalistas convocan en Guernika una gran Asamblea de Municipios vascos que, restaurando las Juntas Generales Históricas, recogiese el sentir de gran número de vascos. Firman la convocatoria los alcaldes de Mundaka, Getxo, Bermeo y Elorrio y fueron muchísimos los que se dirigieron al acto.
Pero el Gobierno provisional dio orden de movilización de soldados de la guarnición de Bilbao ante el temor de aquella concentración e impidieron el acceso a Gernika de más de cien automóviles y autobuses de expedicionarios y apoderados municipales impedidos por la Guardia Civil a seguir adelante, con lo que los organizadores del acto decidieron suspenderlo. Pero los alcaldes publicaron un manifiesto pidiendo que se proclamase y reconociese la República vasca sobre la base de gobierno propio y Federación con los otros Estados de la República Ibérica.
A partir de ese momento los Municipios cobran el mayor protagonismo y encargan a la Sociedad de Estudios Vascos la redacción de un Estatuto General de Estado Vasco que envían a todos los Municipios sin distinción de matices. El 14 de junio se celebra la Magna Asamblea de Municipios congregada en Estella. Allí se lee el texto del Estatuto en cuyo artículo 1º “se declara que el País Vasco integrado por las actuales provincias de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya, constituye una entidad natural y jurídica con personalidad propia y se le reconoce como tal el derecho a constituirse y regirse por sí mismo como Estado autónomo dentro del Estado español”.
Mientras en diversos lugares de España comienzan a producirse desórdenes, quema de iglesias y conventos, en el País Vasco se enciende el espíritu nacionalista que lleva a las fuerzas de la derecha y en especial a los tradicionalistas, pidiendo la formación de un bloque que defendiera el programa contenido en el Estatuto que iba a ser refrendado en Estella, pero que ante problemas con la fuerzas del orden que impiden el acceso a aquella localidad, se refrenda en Gernika. El Sr. Oriol, diputado tradicionalista por Álava, publicaba en la prensa una proclama en la que decía “hemos de sostener íntegra nuestra afirmación de raza, demostrando que los vascos somos hermanos y como tales hemos de propugnar en un solo aliento por nuestra justa y necesaria reintegración”.
Revolución de octubre de 1934. Despliegue de los guardias de asalto en Bilbao.
El mes de julio, nacionalistas y tradicionalistas constituyen la Minoría Vasco Navarra pro Estatuto y se reúnen en un acto masivo en Gernika, en el que uno de los oradores es mi padre. Navarra también acepta el Estatuto de Autonomía del País Vasco.
La reacción del Gobierno es inmediata y sobre todo Prieto reacciona con virulencia frente a lo que denomina “la minoría vasco romana”, redada de jaimistas, nacionalistas y jesuitas, embozados enemigos de la República.
Cuatrocientos veinte alcaldes entregan al Presidente de la República el Estatuto aclamado en Gernika. Pero la posición del Gobierno era claramente obstrucción e invocó la urgencia de la aprobación de la Constitución para paralizar la tramitación del Estatuto de Estella. El Presidente del Gobierno, Manuel Azaña, devolvió el texto a sus promotores sin llegar a presentarlo a las Cortes para su debate. Aunque en 1933, pocos días antes de las elecciones de noviembre, se procedió a la votación de una nueva redacción del Estatuto, obra de las Diputaciones vascas y éste se aprobó por un 84% del censo electoral, sin embargo la celebración de elecciones generales y la tensión política subsiguiente no permitió su debate en el Parlamento y hubo que esperar a 1936 para su aprobación que fue la coartada de la izquierda para que el partido nacionalista se pusiera de su lado, cuando la minoría vasco navarra llevaba rota desde hacía dos años.
En el resto de España desde comienzos del verano de 1931 se enfrenta la República a un estado de ansiedad por los cambios que demandaban las clases menos favorecidas. La CNT promueve gran número de huelgas durante la segunda mitad del año y a la campaña comenzada en su base de Andalucía se suma enseguida la agitación desatada en Cataluña.
La escalada de violencia sigue en 1932. El 1º de mayo se desarrolló en medio de enfrentamientos especialmente graves en Sevilla. El 17 de julio el Partido Socialista publicó un manifiesto en el que acusaba al Partido Radical de intentos dictatoriales y al mismo tiempo el fallido golpe del General Sanjurjo muestra el intento de acabar con la legalidad republicana como marco de convivencia de los españoles.
Los comienzos de 1933 estuvieron señalados por acciones violentas de la CNT con episodios en Cataluña y sobre todo con los sucesos de Casas Viejas y comienza a cristalizar la doble escisión del socialismo español: por un lado en su propio seno, por otro con la República burguesa. El discurso pronunciado por Largo Caballero en el cine Pardiñas con motivo del mitin organizado por las Juventudes Socialistas, señala el inicio del viraje práctico hacia la izquierda: el camino de la radicalización. Unos días después del mitin del Pardiñas, Besteiro manifestaba: “Yo he oído a obreros decir que en estos momentos nos debemos apoderar del poder, aunque sea dictatorialmente, y esto es un grave error. Me aterra pensar lo que sería en España una dictadura del proletariado”.
En los primeros días de septiembre de 1933 se produjo la crisis definitiva del gobierno de Azaña, y con ello la salida de los socialistas del poder y el fin de la colaboración con la República. Se cumplía así lo aprobado en el XIII Congreso del Partido casi un año antes: “procede dar por concluida la participación del Partido Socialista en el Gobierno, tan pronto como las circunstancias lo permitan”. Quedaba abierta así la convocatoria de elecciones cuyo resultado sería el triunfo de la CEDA y los radicales y su fracaso para los socialistas, Acción republicana y la izquierda en general, lo que producirá por parte de estas fuerzas políticas una doble declaración de guerra a la República: uno de la CNT que lanza un nuevo movimiento nacional revolucionario bajo el lema “frente a las urnas, la Revolución” y la otra ruptura por la línea revolucionaria del PSOE “decimos desde aquí al país entero que públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar la revolución”. Esta coincidencia entre el PSOE y la CNT fue acompañada de un acercamiento entre el sindicato anarquista y la UGT.
Quisiera detenerme ahora un instante, antes de concentrarnos en el año 34, para mirar a lo que sucedía en nuestro entorno europeo en esas fechas. Bueno es recordar que la depresión del 29 tuvo en Europa consecuencias políticas inmediatas (gobiernos de autoridad y de concentración), otra de signo económico y la más grave de carácter social, que se reflejaron sobre todo en el desempleo masivo.
Sobre esta situación real e inquietante vino a incidir una situación emocional por dos hechos de signo opuesto pero los dos de gran fuerza: la amenaza comunista y el peligro fascista, ambos con gran capacidad de excitación de factores pasionales más allá de todo control racional.
La preocupación por el auge de la Alemania hitleriana provoca en algunos sectores del socialismo europeo una actitud pro soviética; se agudiza el ala revolucionaria del socialismo europeo y surge la idea del partido único marxista integrado por socialistas revolucionarios y comunistas de diversos matices. Ésta será en España la posición del ala izquierdista del partido socialista obrero español capitaneado por Largo Caballero.
En Austria el Canciller Dollfuss, tan distante de los nazis alemanes como de la extrema izquierda comunista, fue asesinado con el pretexto de eliminar un obstáculo a la anexión nazi de Austria. En Francia Leon Blum hace un llamamiento diciendo que “cuando tengamos el poder, haciendo caso omiso de la legalidad burguesa, instauraremos la dictadura del proletariado”. Ante el riesgo de radicalización entre fascistas y comunistas se constituye un gobierno de unión nacional del que quedan excluidos los socialistas.
El partido socialista queda así marginado en Austria y Francia así como en Italia y Alemania y vencido electoralmente en España, lo que provoca una reacción en el seno del socialismo internacional y también dentro del partido socialista español.
Revolución de octubre de 1934. Los guardias de asalto hallan un arsenal de armas en un local de la calle Iturribide.
La crisis interna del partido socialista español se potencia en torno a dos figuras principales: Besterio y Largo Caballero, cuya antipatía personal se remonta a los años posteriores a la huelga general del 17 de la que ambos fueron directores destacados. Esta crisis interna del socialismo español se superpone así a los acontecimientos políticos que tienen su punto de arranque en la crisis de Gobierno del septiembre de 1933. Desde las columnas de El Socialista se sostenía que “no hay alternativa: o socialismo o fascismo” y que sería necesario acudir “a cuantos procedimientos sean precisos para la total implantación del socialismo”.
Entramos en 1934, con un resultado electoral que no es aceptado por la izquierda, y el socialismo opta por la vía revolucionaria, tanto el partido como el sindicato UGT, cuya ejecutiva designa a Largo como Secretario General con lo que acumula este cargo y el de Presidente del partido.
A partir de ese momento comienza a airearse la posibilidad de una revolución, aunque no llega a proponerse formalmente en un programa, pero se prepara a través de alianzas obreras y del sindicato minero que tuvieron escaso éxito salvo en Asturias, donde lograron aunar a los confederales anarcosindicalistas con los socialistas y la UGT y la revolución se preparó esencialmente por la movilización del sindicato minero. El alijo del Turquesa y el armamento de las milicias revolucionarias se pagó en parte con dinero del sindicato.
Entre tanto el gobierno presidido por Samper desde el mes de abril, elegido por capricho del Presidente de la República Alcalá Zamora, aunque debía estar al cabo de la calle de lo que sucedía, parecía hacer oídos sordos a lo que pasaba en su entorno.
Pronto sin embargo tuvo que afrontar dos problemas que colocaron al gobierno en choque frontal con los nacionalismos, lo que venía a sumarse a la continua escalada de la conflictividad del mundo del trabajo.
Los resultados de las elecciones catalanas el 14 de enero de 1934 con un gran triunfo de la Esquerra marcaron las relaciones entre la Generalitat y el gobierno central. Cataluña se convirtió en “baluarte de la República” según frase de Azaña, para las izquierdas.
La ley de contratos de cultivo constituyó el caballo de batalla, aprobado por el Parlamento catalán en marzo. Ante las presiones que sufrió, Samper intentó anularla por inconstitucionalidad. Remitida al Tribunal de Garantías Constitucionales éste declaró incompetente al Parlamento Catalán. La Esquerra retiró sus diputados del Parlamento y Companys declaró: “estamos obligados a defender el prestigio de nuestro Parlamento, si es preciso con la sangre de nuestras venas”.
El Parlamento de Cataluña ratificó la Ley de Contratos, creándose una situación insostenible de enfrentamiento entre el Gobierno de Madrid y el catalán: Samper inició gestiones pidiendo a la Generalitat que suspendiese momentáneamente la aplicación de la ley y por fin el 21 de septiembre quedó redactado definitivamente el texto de la ley, recogiendo las recomendaciones del Gobierno; pero por debajo de esta crisis institucional la situación catalana se presentaba tensa y amenazadora. De una parte los nacionalistas radicales del “Estat Catalá”, de otra los grupos reunidos en la “Alianza Obrera” que pensaban en una revolución de carácter social. Y entre ellos la masa de los catalanes y republicanos dejándose conducir hacia donde los llevasen.
En el País Vasco las relaciones de socialistas y nacionalistas eran diferentes. El 24 de febrero “El Socialista” denunciaba los preparativos de una supuesta revolución que desencadenarían los carlistas, monárquicos y nacionalistas coaligados. Prieto criticaba el pretendido separatismo vasco y condenaba duramente a los nacionalistas y sus excesos. “El liberal de Bilbao” atacaba las opiniones de Aguirre para quien “lo mismo que Francia no es Inglaterra y Turquía no es Dinamarca, Euzkadi no es España”.
Lo que provoco mayor tensión entre el PNV y el gobierno Samper se produjo en los primeros días de junio. El proyecto de ley para la desgravación del vino en Vascongadas, lesionaba desde la óptica vasca lo establecido en los conciertos económicos.
Así pues en el verano de 1934 el régimen republicano salido de las elecciones se encontraba combatido por la izquierda, que avanza hacia el frente único, y por los nacionalistas de diverso signo, mientras la derecha seguía una espiral de radicalización.
El 5 de julio se celebró en el País Vasco una Asamblea de Ayuntamientos. Asistieron representantes de 189 municipios que eligieron una comisión para la defensa de sus intereses. La tensión sube con el acuerdo nacionalista de celebrar elecciones para designar nuevas gestoras en las Diputaciones, que hasta entonces se nombraban desde Madrid. El gobierno declaró ilegales los anunciados comicios e impuso multas a la prensa que los defendía.
Revolución de octubre de 1934. Boquete abierto por los revolucionarios de Arrasate/Mondragón frente al cuartel de la guardia civil durante su ataque.
En cuanto a la actitud de la CEDA en los primeros meses del 34 promovió grandes concentraciones. El mes de abril en El Escorial se celebró una gran concentración de las JAP. Gil Robles en presencia de treinta mil asistentes declaraba: “que la revolución se eche a la calles, nosotros nos echamos también”.
Al reanudarse las Cortes después del verano se produce la crisis del gobierno Samper. Esa crisis resultó el factor desencadenante inmediato de la revolución y como dice Palacio Atard en su libro “Cinco historias de la República y de la Guerra” aquella fue la primera crisis constitucional y parlamentaria que se había producido en la República sin maniobras ni influencia ajena.
Se planteaba el problema de la entrada del partido de Gil Robles en el Gobierno. Este lo explica diciendo que lo exigió porque “más pronto o más tarde habíamos de enfrentarnos a un golpe revolucionario”. Siempre sería preferible hacerle frente desde el poder, antes de que el adversario se hallara más preparado”.
Mientras la crisis se tramitaba, el esfuerzo de intimidación de las izquierdas siguió adelante. La prensa izquierdista, incluso la moderada, arreciaba en dramáticos presagios la destrucción inminente de la República si la CEDA entraba en el Gobierno. En las consultas oficiales los republicanos de izquierdas, lo mismo que los socialistas, aconsejaron al Presidente Alcalá Zamora que no consintiera el acceso de la CEDA al poder.
Finalmente se anuncia la composición del gobierno con la participación de tres ministros de la CEDA y estalla la huelga revolucionaria que tuvo su principal escenario en Asturias, siendo su protagonista el sindicato minero de UGT, que utilizaría en su actuación toda clase de procedimientos intimidatorios, que probablemente desbordan las propias premisas socialistas.
La revolución de Asturias fue el asalto armado de la izquierda contra la legalidad republicana. Se anticipaba la quiebra de la democracia republicana española y la posibilidad de crear dentro de ella un marco de convivencia para todos los españoles.
Los libros de historia centran, como es natural, la Revolución del 34 en la región asturiana y dedican poco espacio a su repercusión en otras regiones españolas salvo alguna ligera mención del País Vasco. A ello dedicaré mis siguientes comentarios centrándome en la Villa de Mondragón ya que en los demás pueblos tuvo una repercusión mucho más escasa, salvo en Éibar y la zona minera vizcaína y algunas localidades industriales de la margen izquierda del Nervión, en especial Sestao y Portugalete, con barricadas y ocupación de edificios administrativos en los que grupos de obreros socialistas extendían la huelga, cortaban las comunicaciones por tren y carretera, asaltaban los locales de correos y telégrafos, los depósitos de agua, centrales eléctricas y hostigaban los cuartelillos de las fuerzas de orden público, siguiendo un plan similar al asturiano aunque con menor energía o fortuna.
La pregunta que yo me he hecho muchas veces es ¿por qué Mondragón se convierte en un lugar de referencia de los hechos revolucionarios de octubre?
Mondragón desde fines del siglo XIX es el centro más representativo del desarrollo industrial del País Vasco. Hasta allí llegan los adelantos técnicos de la revolución industrial europea; la institución del sistema gremial por las nuevas sociedades industriales; a la producción artesanal sucede la producida en serie estimulada por la creación de nuevas máquinas y fuentes energéticas. Allí se instalaron dos ferrerías y una de ellas, la de “Vergarajaúregui, Resusta y Cía”, dedicada a la fabricación de cerraduras, pasadores, bisagras, pretende crear una moderna cerrajería en consonancia con las nuevas ideas liberales y va absorbiendo otros talleres locales y en 1894 cuenta ya con 550 trabadores. La otra ferrería desarrolla también el negocio y ante la competencia entre ambas deciden sus dos principales accionistas, en el transcurso de un partido de pelota en el frontón de Vergara, la fusión de ambas sociedades, naciendo así la Unión Cerrajera en 1906.
Se puede afirmar que durante sesenta años esta empresa era el eje sobre el que giraba toda la vida socio-económica-laboral del pueblo y el apodo de cerrajeros referido a los mondragoneses es ya significativo. El primer gerente es mi abuelo, Toribio Aguirre y los directivos de la empresa serán a su vez concejales o alcaldes del Ayuntamiento.
Con la aparición de la Unión Cerrajera se produce una demanda de mano de obra que llega a 1.230. Sin embargo con la crisis mundial del 29 la empresa comienza a tener dificultades, se reducen a tres los días de trabajo semanales y de enero del 33 a junio del 34 se produce una reducción de plantilla que afecta a 140 trabajadores.
Los conflictos laborales se remontan a 1913 y se repiten en los años siguientes y los trabajadores muestran un alto grado de sensibilidad social.
Un elemento que a mi juicio influye en esa sensibilidad es la existencia en el pueblo desde principios del sigo XX de una escuela fundada por un mondragonés de ideas liberales, Pedro Viteri, que hereda una importante fortuna que dedica en su integridad al fomento de la cultura, mediante la fundación de escuelas en todo Guipúzcoa, siendo la principal la de Mondragón a la que asigna 2.000 pesetas anuales a cada uno de la maestros que impartían en el centro. Uno de ellos es un maestro excepcional, Félix Arano, hombre de ideas liberales que con sus métodos de enseñanza revolucionaría el ambiente del pueblo. Los alumnos formados por Arano, a quienes transmite la preocupación por temas políticos y sociales, serán los que ocupen puestos de oficina e incluso de mando sobre todo en la Unión Cerrajera.
Revolución de octubre de 1934. Sala del consejo de guerra, en Pamplona / Iruña, ocupada por los 172 procesados de Eibar. Enero de 1936.
Desde un principio existen recelos de los sectores más conservadores respecto a las escuelas Viteri, que presentan un escrito en el Ayuntamiento pidiendo que se reconozca a la autoridad diocesana el derecho de ejercer la vigilancia sobre la enseñanza de la religión y la moral cristiana en la escuela. Este escrito es contestado por varios concejales y por el propio gerente de la Unión Cerrajera considerando el escrito como un agravio al buen funcionamiento del centro.
Algunos podrán preguntarse qué tiene que ver la Revolución de octubre y Mondragón con esta descripción del desarrollo industrial de la villa y la Escuela Viteri. Pues bien, quiero decirles que para mí son dos datos fundamentales que explican que en un pueblo pequeño vinculado laboralmente en su inmensa mayoría con la Unión Cerrajera, que era por decirlo así el eje industrial de la localidad, el que hubiera una aguda sensibilidad social y unos dirigentes que desde sus años juveniles estaban vinculados al socialismo y al sindicalismo de UGT, en un momento de exaltación como el que se vivía en aquel año 34, en el que desde la corriente Largo caballerista y cenetista se proclamaba la dictadura del proletariado, estaba servido el caldo de cultivo para intentar en aquel pueblo la experiencia de una República de los trabajadores, que sirviera de modelo a otros movimientos en el País Vasco y en el resto de España.
Antes de desarrollar los acontecimientos de aquel 5 de octubre quisiera exponer cuáles eran las corrientes políticas principales en Mondragón en los años inmediatamente anteriores a esa fecha.
Éstas eran principalmente tres:
1. La republicano-socialista de izquierdas a la que se adherían los liberales-anticlericales y los viejos viteristas, aglutinados en su Centro Repúblicano en la llamada Casa del Pueblo, que será para mí de triste memoria, situado en una vieja y grande casona, donde también se domiciliaba la “Unión General de Trabajadores”.
Los socialistas se mostraron con frecuencia violentos y revolucionarios y pronto se colocaron junto a los comunistas. No eran más de sesenta. Estos dominaban la calle y les seguía una nutrida masa de obreros afiliados a UGT.
2. Los carlistas, de derechas, con un hermoso y amplio círculo que mayoritariamente para su acción sindical, participaba en un Sindicato Libre Profesional. Eran en su mayoría católicos, foralistas, españolistas, y monárquico-legitimistas partidarios de D. Carlos. Su credo era: Dios, Patria, Fueros y Rey. Eran personas del pueblo llano que seguían la doctrina con absoluta fidelidad. Celebraban frecuentes reuniones con conferencias y mítines y estaban influidos por las homilías desde los púlpitos. Mantenían vivo el recuerdo de las guerras carlistas y se defendía de la influencia de las Escuelas de Viteri. Eran muy numerosos pero con escasos dirigentes de relieve. Los jóvenes tenían su propia organización y una sección autónoma “paramilitar”o “requete”. Las mujeres tenían también una organización llamada “Margarita” en recuerdo a la esposa de Carlos VII. Tenían una Sociedad de Socorros Mutuos que aseguraba las pensiones por enfermedad, asistencia farmacéutica e intervenciones quirúrgicas. Sindicalmente se agrupaban en el Sindicato Libre Profesional.
3. El tercer grupo era el Nacionalista Vasco con su Batzoki y la filial sindical Solidaridad de Trabadores Vascos. Eran “vasquistas”, egocéntricos y anti maquetos, nombre que daban a los no nacionalistas. Se manifestaban frecuentemente con la esvástica en la solapa hasta que comenzó a utilizarla Hitler con lo que dejaron de usarla. La cambiaron por el “lauburu”, más o menos mitológico, redondeando sus extremidades, pero manteniendo el signo de la cruz. Lograron gran número de adeptos y eran muy capaces en la captación de militantes.
Con este panorama político los mondragoneses acudieron a las urnas el 12 de abril de 1931 del que resultó un Ayuntamiento con siete concejales del bloque de izquierda (4 republicanos, 2 socialistas y 1 de Acción Vasca); cuatro carlistas y tres de PNV. Eligieron alcalde al republicano Eugenio Resusta.
La presencia socialista en Mondragón fue cobrando gran impulso y a pesar de que el número de militantes de la Agrupación socialista fue bastante escaso, su actividad fue muy intensa sobre todo en los medios fabriles y en particular en la Unión Cerrajera y Elma, donde destacó uno de los empleados que pronto jugaría un destacado papel llamado Celestino Uriarte.
Éste había nacido en Mondragón en 1909 y su padre –trabajador de la Cerrajera– fue perseguido por su participación en varias huelgas. Estudió en las Escuelas de Viteri con el maestro Arano. Con dieciséis años fue elegido representante de sus compañeros de trabajo, y fue fundador de Juventudes Socialistas de Mondragón y del Sindicato Metalúrgico de UGT y posteriormente fundador del PSOE local. Era el orador habitual de la agrupación socialista y gozaba de gran predicamento en todo el sector de izquierda. Fuertemente influido por la ideología de Largo Caballero y de hacer realidad la revolución que otros proclamaban, fue él quien tomó la iniciativa de organizar la Revolución en Mondragón.
Para describir los hechos que sucedieron he procurado reconstruir los datos que he podido, apoyándome en testimonios personales, cartas y escritos que tengo archivados y conversaciones que he mantenido, alguna muy reciente con un mondragonés, José María Vélez de Mendizábal, autor de un libro en el que recoge las declaraciones de Jesús Trincado Baños, fallecido en Uruguay en el año 2002 y que fue una de las personas que fue a detener a mi padre a su casa en la aciaga mañana del 5 de octubre.
Permítanme que diga unas palabras sobre mi padre con la dificultad que ello representa para un hijo único y, además nacido cuatro meses después de su muerte. Originario de Orexa, como todos sus antecesores, un pueblecito guipuzcoano que linda con dos localidades navarras, Arriba y Atallo. Su padre era médico de Ibarrenguelua, un pueblo de Vizcaya y allí nació en 1896. Hizo la carrera de Ingeniero de Caminos y de Derecho al mismo tiempo. Fue primer Secretario General de la Confederación de Estados Católicos de España e ingresó en la Asociación Católica de Propagandistas en 1920 y tuvo una muy estrecha amistad con don Ángel Herrera Oria, que le envío como responsable de la Editorial Católica, junto a otro propagandista, Francisco de Luis, a Nueva York y Boston a estudiar la organización administrativa de las grandes empresas periodísticas norteamericanas, en concreto el New York Times y el Boston Globe. A su regreso a España fue nombrado gerente de El Debate y en 1928 fundó Agromán junto a José Mª Aguirre Gonzalo. Pero muy pronto se sintió tentado por la política y decidió participar en las elecciones en las Cortes Constituyentes de 1931 en el Partido Tradicionalista y ganó el acta de diputado por la provincia de Vizcaya.
Revolución de octubre de 1934. Bando del alcalde de Arrasate/Mondragón (Gipuzkoa) tras el asesinato de Marcelino Oreja Elósegui.
El partido tradicionalista era muy activo en el País Vasco y su representación parlamentaria oscilaba entre el 20% en 1931 y el 25% en 1933 en las elecciones en las que volvió a ser elegido diputado. Mi padre tomó parte muy activa en la defensa del Estatuto de Guernica y al principio de la legislatura compartió muchas ideas con el Líder del Partido Nacionalista Vasco, José Antonio Aguirre, a quien le unía la idea foralista y sobre todo la defensa de la religión a raíz de la quema de conventos y las proclamas de secularización de la izquierda. Frente al proyecto de la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, en la sesión de 23 de febrero de 1933 pronunció un largo discurso acusando el impulso sectario de la mayoría, su afán de opresión, la negación del derecho de la enseñanza a las órdenes religiosas manifestando “que éste es el primero de los derechos del mundo porque sin él no hay libertad de conciencia, ni hay libertad doméstica, ni hay libertad de opinión”.
La ley finalmente fue aprobada el 2 de junio de 1933 dando así las Cortes Republicanas una vuelta de tuerca más en su política laicista. Una ley que según afirmó Semprún Gurrea, padre de Jorge Semprún, propagandista que firmó la solicitud de mi padre como miembro de la ACNP, y que fue Gobernador Civil republicano de Toledo que “era una ley que violaba la justicia y la libertad y asestaba un golpe fatal a la serenidad espiritual de España”. La realidad es que la ley acabó por apartar la voluntad de la inmensa mayoría de los católicos españoles de toda afección al régimen, unió más a la oposición y dividió todavía más al bloque republicano. El mismo día en que el texto de la ley aparecía en la Gaceta de Madrid, el Papa Pío XI firmaba una breve y excepcional encíclica, “Dilectissima nobis Hipania”, contra toda la legislación anticlerical y antirreligiosa de España.
Además de la actuación política, mi padre desempeñó en el País Vasco desde 1933 una intensa actividad empresarial al ser nombrado Presidente de la Unión Cerrajera, que había llegado a ser casi un monopolio nacional de cerrajería y primera exportadora a Hispanoamérica.
A la Cerrajera le afectó, más quizá que a otras empresas, debido a su significación en el pueblo de Mondragón, la tensión que existía en todo el País Vasco a lo largo del bienio radical y sobre todo a partir de octubre de 1933 con una cada vez más acusada orientación revolucionaria, que tenía como origen la salida de los socialistas del Gobierno en el mes de septiembre y la derrota de la izquierda en las elecciones de noviembre del 33. Hubo un aumento de huelga, convocada por UGT, llamamientos a la unidad obrera, apelación a la revolución y la adhesión de las Federaciones socialistas a las Alianzas obreras.
Esto quiere decir que aunque no trascendiera demasiado al resto de España, la realidad es que en los meses anteriores a 1934 algunos pueblos del País Vasco se habían convertido en focos de gran tensión, lo que hizo pensar a los responsables de la revolución que el movimiento podía tener allí una amplia respuesta. A esta tensión social se unió la consideración por socialistas y nacionalistas vascos de que el Gobierno Samper atentaba los derechos históricos y fue entonces cuando los nacionalistas decidieron abandonar el Parlamento. Sin embargo a medida que la tensión subía, el Lehendakari Aguirre decidió que volvieran a sus escaños porque temía, con razón, estar haciendo el juego a los socialistas, por lo que decidió convocar una reunión en Vitoria el 28 de septiembre acordando no adherirse a la revolución. En unas órdenes a sus afiliados el día 3 de octubre José Antonio Aguirre manifestó: “Abstención, absoluta abstención de participar en movimiento de ninguna clase, prestando atención a las órdenes que en cada caso preciso serán dadas por las autoridades”. Era la respuesta a una pregunta de un pro hombre socialista que se acercó ese día al Congreso de los Diputados para preguntarles cuál sería su postura ante el movimiento que estaba próximo a estallar. Mientras tanto el Gobernador de Vizcaya declaró disueltas todas las organizaciones nacionalistas y todas las organizaciones obreras de trabajadores vascos.
Ésta era la situación el día 5 de octubre, día que se había declarado de huelga general que fue seguida prácticamente en todo Vizcaya y Guipúzcoa con paralización del trabajo en talleres y oficinas, coacciones, piquetes, corte de comunicaciones en varias localidades, hostigamiento a las fuerzas del orden público incluyendo asalto a cuarteles de la Guardia Civil.
Pero el lugar en el que se reunieron todas las circunstancias para la movilización fue Mondragón.
Mi padre había ido a pasar unos días a Mondragón a casa de su suegro que había sido Gerente y Presidente de Cerrajera hasta que él le sucedió el año 1931 y allí estaba mi madre que todavía no había regresado del veraneo. El domingo anterior había subido al monte como era su costumbre los fines de semana y quiso hacer el mismo recorrido que hizo el Cura de Santa Cruz después de escaparse de la cárcel de Aramayona donde estaba detenido por carlista. Luego subió al monte Udalaitz y al regresar comentó con un amigo los momentos difíciles por los que atravesaba España y las muchas amenazas que recibía con notas que le decían “pronto te pondremos calcetines blancos”. El día 4 de octubre fue en coche a Pamplona por unos asuntos relacionados con Cerrajera y al volver a Mondragón observó pequeños grupos de gente reunidos, cuchicheando y que no le inspiraron confianza pero tampoco el recelo suficiente como para marcharse del pueblo y menos aún para comentarlo en casa.
Mientras tanto Celestino Uriarte, a quien he mencionado antes y que era el cabecilla del Comité Revolucionario, había movilizada a la gente. En la madrugada del día 5 se empezaron a oír las primeras explosiones, lanzando artefactos hechos a mano desde el tejado de una casa cercana al cuartel de la Guardia Civil.
A las cinco y media de la mañana llamaron por teléfono a casa de mi abuelo –situada en medio del pueblo- y lo cogió mi padre y le dijeron “somos dueños de la Unión Cerrajera. Ha quedado proclamada en España la República Socialista. Es inútil que intente escaparse porque será muerto”. Mi padre intentó llamar al Comandante de la Guardia Civil pero las líneas estaban cortadas.
Contempló la calle a través de la ventana y pudo ver que la casa estaba cercada con hombres armados. Desde la calle se oían voces y griterío y el paso de hombres armados que se dirigían a la Casa del Pueblo a recibir consignas. Celestino Uriarte había dado orden a un grupo de unos treinta hombres que fueran a diversas casas donde habían detenido serenos y miqueletes, alguaciles y vigilantes de fábricas que fueron desarmados y conducidos a la Casa del Pueblo. Ocuparon la estación del ferrocarril impidiendo la salida de dos trenes, levantaron varios tramos de vías y se llevaron presos al jefe de la estación, mozos y fogoneros.
En las dos armerías del pueblo y en las casas de personas aficionadas a la caza se aprovisionaron de escopetas y cartuchos. Requisaron leche a los caseros, asaltaron el economato de la Unión Cerrajera, llevándose todos los víveres a la Casa del Pueblo y como pago de los alimentos requisados dejaron bonos. La Central Telefónica de la Caja de Ahorros fue ocupada e inutilizada. Por fin situaron patrullas armadas en los lugares estratégicos y en las salidas y entradas de la villa para impedir que los vecinos circulasen. A las cinco de la mañana Mondragón estaba tomado. Faltaba el Cuartel de la Guardia Civil y a rendirlo marchó el grueso de los revolucionarios.
Mi padre después de recibir la noticia de que estaba aislado, se puso de rodillas junto a su mujer para rezar el rosario y se limitaron a esperar los acontecimientos.
Transcurrieron un par de horas cuando ocho hombres armados, cuatro con fusiles y cuatro con pistolas, uno de los cuales era Trincado, a quien he citado antes, llamaron a la puerta de la verja. A la persona que abrió la puerta les preguntó que deseaban. Le respondieron en vascuence: “dile al amo que baje”.
Mi madre entonces abrió la puerta mientras bajaba del piso superior mi padre y les preguntó “¿qué quieren ustedes?” Contestaron “que baje por las buenas porque por las malas será peor para él”. Mi padre estaba ya en la entrada y le dijeron: “Arriba los brazos y síganos”. Siempre encañonado le condujeron a la Casa del Pueblo donde le encerraron en una habitación en la que se encontraba un alto empleado de la Unión Cerrajera, Ricardo Azcoaga. Se saludaron pero sus vigilantes le impusieron silencio. Un cuarto de hora después entraba un tercer prisionero, Dagoberto Resusta, consejero de la Unión Cerrajera, que pertenecía al partido radical.
La Casa del Pueblo hervía de gente. Afluían sin cesar hombres envalentonados por aquella fácil conquista. Constituyeron un Comité para la distribución de alimentos y se había suprimido en el pueblo el uso de la moneda. Montaron también lo que llamaron el Tribunal del Pueblo que debía juzgar a los detenidos y sin duda esperaban la llegada de otras personas cuya detención y muerte estaba decretada.
Un empleado de una fábrica, detenido al pasar por Mondragón, camino de Eibar, fue llevado a la Casa del Pueblo. Desde un pasillo pudo ver a mi padre santiguándose. Uno de sus verdugos le gritó entonces: “Reza, reza todo lo que sepas antes de que te matemos”.
En el exterior, los revolucionarios se dirigieron al cuartel de la Guardia Civil, dijeron que salieran las mujeres y niños que allí había y decidieron rociarlo de gasolina y prenderle fuego si no se rendían.
Pero en ese momento llegó un aviso de que se aproximaban a Mondragón tres camiones de soldados que habían salido de Vitoria y los revolucionarios creyeron que iban a liberar la villa y cundió la alarma. Gritaron enseguida que tenían que huir al monte pero antes, según versión de Trincado que estaba allí, se organizó una especie de resistencia disparatada y entre varios volcaron un camión para esconderse detrás de él y organizar la defensa de la Casa del Pueblo. Entonces apareció uno de los acompañantes de Celestino Uriarte, que dirigía las operaciones, y cuyo apellido al parecer era Ruiz a quien llamaban “el fanático” que traía a los tres detenidos y preguntó a Celestino: “¿Qué vamos a hacer con estos?” Contestó: “Llevártelos”. Les condujo a la huerta que estaba en la parte trasera de la casa donde había una pequeña cerca. El “fanático” les dijo que subieran la cerca y el primero que lo hizo fue Azcoaga. Éste, al pasar al otro lado, intentó ayudar a mi padre pero entonces descargaron sobre él cinco tiros y le dejaron herido de muerte y mataron acto seguido al tercero, Resusta. Azcoaga, aunque herido, logró escaparse.
Algunas mujeres que vieron los disparos desde las ventanas de sus casas comunicaron al coadjutor de la Parroquia lo que había sucedido. Era don José Marquiegui que exponiéndose a que le disparasen llegó hasta la huerta y dio los últimos sacramentos a mi padre. Este sacerdote, que era nacionalista y de quien mi madre habló siempre con gran respeto y agradecimiento, fue detenido cuando las tropas nacionales entraron en el País Vasco en 1936 y le fusilaron junto a otros trece sacerdotes en Hernani. El mes de julio pasado, organizado por las diócesis de Vitoria, San Sebastián y Bilbao, se organizó un funeral por esos sacerdotes a quienes nunca se había honrado y mi mujer y yo asistimos a aquel acto como reconocimiento al gesto de don José.
La noticia de que las tropas venían a liberar Mondragón y que motivaron la huida al monte no era correcta ya que los soldados iban hacia Eibar y desconocían lo que estaba sucediendo en Mondragón. Les informó de lo que pasaba el único superviviente de los tres detenidos al encontrarse con ellos en la carretera. Entraron entonces las tropas en Mondragón que eran del Regimiento Flandes de Vitoria al mando de Camilo Alonso Vega. Se produjeron algunos tiroteos pero enseguida pusieron cerco a la Casa del Pueblo y tomaron la villa sin resistencia. No había nadie. El registro dio como resultado 11 botellas de líquidos inflamables, 41 granadas, 244 cajas de cartuchos, 1 pistola y 13 escopetas de caza.
A mi padre le recogieron seis jóvenes requetés que le llevaron a casa donde le recibió mi madre y donde vivió apenas veinte minutos. Al día siguiente llevaron el cadáver a Ibarrenguelua para enterrarle en el panteón familiar y mi madre con mi abuelo abandonaron Mondragón a donde nunca más regresaron.
En las Cortes, la muerte de mi padre produjo verdadera consternación. El viernes 9 de noviembre se le rindió un homenaje en el que intervinieron representantes de todas las minorías. De todas ellas quiero destacar la del Lehendakari José Antonio Aguirre que recojo de su libro “Entre la libertad y la Revolución”. Dice así: “Caía nuestro compañero víctima inocente del odio desatado en el alma de unos despiadados que deshonraban a nuestro pueblo asesinando a un hombre bueno, en el mismo centro de Euzkadi. ¿Quiso Dios castigar nuestro orgullo? ¿Quiso también que nuestra Patria conociera el deshonor y el sonrojo de que manos vascas asesinaran traidoramente a un hermano? Hubiéramos concebido la lucha leal por un ideal por equivocado que éste fuera, pero el asesinato cobarde y alevoso, jamás. Dios habrá acogido en su seno el alma inocente de nuestro amigo, que murió perdonando. Nuestras oraciones le han acompañado porque una entrañable amistad nos unió a pesar de la diferencia de ideas. Hubo –no podía faltar- quienes lanzaron contra el nacionalismo vasco la acusación tendenciosa de una complicidad de hecho. Dios perdone a esos desgraciados que no saben lo que dicen. La conciencia honrada del país rechazó con indignación esta vileza. Él, Marcelino de Orexa, desde el Cielo, verá hoy la limpieza de nuestras intenciones en la lucha por nuestro pueblo”.
En cuanto a los participantes en la Revolución de Mondragón, como nos describe Jesús Trincado, “desde aquella descabellada acción del 5 de octubre, huimos al monte temerosos de los soldados que llegaban de Vitoria. Pero al día siguiente, al no contar con infraestructura alguna para resistir nos entregamos pues los incidentes se habían desbordado repentinamente. Antes de enviarnos al frente de Guadalupe, nos retuvieron unos días en la cárcel. Después de Guadalupe nos llevaron a los presos a la cárcel de Ondarreta, en San Sebastián, donde permanecimos hasta el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936, que nos puso a todos en libertad.
Celestino Uriarte fue detenido en 1946 cuando formaba parte del Comité Regional del Partido Comunista. Logró escapar de la cárcel. Fue a París, luego a Checoslovaquia y a Berlín, en 1970 se opone a la política de Carrillo y funda con Lister el PCOE. Murió en España en 1978.
Ésta es la historia que he podido recomponer recogiendo testimonios personales, libros de historia, artículos de periódico y he procurado limitarme a exponer los hechos que han sido objeto de infinidad de comentarios por historiadores y aficionados.
Quiero terminar con la cita de Prieto que es una confesión, en un discurso que pronunció en mayo de 1942 en México:
“Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera de mi participación en el movimiento revolucionario de 1934. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria.”
Demasiado tarde. Pero bueno es recordar esta historia para no volver a repetirla.
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